Edmundo Dantés –el Conde de Montecristo– es uno de los grandes personajes de la
literatura universal. Su historia cautiva por la capacidad que Edmundo presenta para imaginar un
escenario futurible que luego la realidad se encarga de ir imitando. Desde su
celda, el joven Dantés es capaz de
trazar un plan que el destino firmará al pie de la letra y que él ejecutará con
frialdad quirúrgica.
En el fútbol, todos los
entrenadores tienen algo del Conde de Montecristo por cuanto juegan a imaginar
el partido siguiente. Es parte del oficio. Todos estudian los puntos débiles
del contrario, su estilo de juego, a sus jugadores más desequilibrantes, sus
jugadas de estrategia y la forma que tienen de posicionarse en el campo.
Después, como si de una partida de ajedrez se tratara, imaginan las variantes
tanto ofensivas como defensivas que van a ejecutar en adelante.
Quizá sea eso lo que diferencie
a los buenos entrenadores de los mediocres, pero lo cierto es que cuando el
balón comienza a girar, lo más probable es que cualquier planteamiento falle.
Porque el fútbol no es una ciencia exacta.
Y volvimos a verlo en el partido
que en la última jornada de liga enfrentó al Almería con el Atlético de Madrid.
Por eso que en fútbol llamamos “decisión técnica”, y que no es otra cosa que la
estrategia adoptada por el entrenador para cumplir el partido que imagina, JIM dejó en el banquillo a Wellington Silva y Soriano, y en su lugar colocó sobre el césped a Edgar y Fran Vélez. El entrenador explicó a posteriori que lo hizo por buscar desmarques en ruptura. Es
decir, JIM estaba dispuesto a
esperar al Atleti en su campo, cederle la posesión del balón y confiar en la
capacidad de robo de sus centrocampistas y en la rapidez de Edgar y Thievy. Al menos, eso fue lo que imaginó…
Pero pronto el guion fue otro.
En apenas veinte minutos, el marcador reflejaba un dos a cero, fruto de un
penalti extraño y de un error defensivo. A partir de ese momento, sólo quedó
mostrar dignidad y capacidad de lucha.