Romario es uno de los jugadores
más singulares de la historia del fútbol. Podríamos calificarlo como incisivo,
habilidoso, indiscreto, eléctrico, impulsivo, creativo, soberbio y, por encima
de todo, genial. Pero, como suele pasar con los personajes de un carisma como
el suyo, su vida se presenta adornada de escándalos y polémicas. Adicto al
protagonismo, el brasileño no sólo ha ocupado las portadas informativas por sus
actuaciones sobre el césped. De él se ha dado buena cuenta periodística por su
relación con un transexual, por su condena por fraude al fisco brasileño o por
su afición a la noche carioca.
Así las cosas, casi todo lo que
él opina o manifiesta suele tener trascendencia, y no fue menos cuando expuso
que aquéllos con los que entrenaba no pasaban de ser compañeros, ya que en el
fútbol no existe la amistad verdadera.
Imagino que no tiene que ser
sencillo navegar entre la maraña de egos que habitan los vestuarios de los
equipos profesionales. Jugadores preocupados por su imagen, sus contratos, sus
beneficios y sus marcas personales. Y a pesar de todo, curiosa paradoja,
teniendo que depender del otro para que el equipo gane. Porque el fútbol,
después de todo –y sobre todo–, es un deporte de equipo.
Así que cuando Luís Enrique dijo
que Sergi es su amigo y que espera que todo le vaya bien…, después del partido
contra el Barcelona, no pude evitar que se me escapara media sonrisa. En
cualquier caso, la suerte que el entrenador asturiano le desea a Sergi, es la
suerte que el aficionado almeriense desea para el tercer ocupante del banquillo
almeriense en lo que va de liga –sin contar el efímero trabajo de Miguel
Rivera–. Porque de su buen hacer –fifa mediante– va a depender la continuidad
del equipo en la máxima categoría nacional.
Este mundo del fútbol concede pocas
treguas y las reflexiones apenas se sostienen colgadas del tiempo lo que tarda
en llegar otro partido. Pero quizá sea el momento de detenerse un segundo y
decidir el camino que queremos seguir.
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