A falta de doce partidos para
que la liga corone a los vencedores y castigue a los vencidos, el Almería
vuelve a caminar gozoso alejado del descenso. Para eso, fue suficiente un
empate sin goles, gracias a que de los últimos ocho clasificados, nuestro
equipo ha sido el único que ha logrado puntuar. Y aunque el mérito parece
raquítico, adquiere un valor notable al considerar que el enemigo en esta
ocasión era el Villarreal.
El submarino amarillo –como se
conoce al conjunto de la provincia de Castellón en honor a una versión del
famoso tema de los Beatles– es un
equipo singular, que debería ser el espejo de equipos como el Almería. Enclavado
en un municipio de poco más de cincuenta mil habitantes, arrastra cada semana a
su estadio a veinte mil espectadores. Y a pesar de no haber logrado ningún
título a lo largo de su historia, el Villarreal es uno de los equipos más
serios y más respetados de los últimos quince años. Aunque no es fruto de la
casualidad. El proyecto deportivo y económico es serio y responsable, y el
resultado es un equipo alegre, con un carácter muy definido y una cantera que
supone en la actualidad la base sobre la que enraízan las esperanzas y las
ilusiones del club.
Consciente de la necesidad de
una idea sobre la que construir el futuro, el club decidió apostar por un
modelo de gestión deportiva que le llevó a crear una de las ciudades deportivas
más espectaculares del viejo continente. Y en ella, como bastión del club, una
residencia donde los jóvenes valores del equipo crecen respetando la esencia de
este deporte.
Por esas cábalas que de cuando
en cuando el destino ejecuta, en la semana en la que nos visita el equipo cuya
cantera es la envidia de media Europa, nos enteramos de que dos de los chavales
de la nuestra –Antonio Marín y Gaspar– han pasado el corte del fútbol draft 2015, donde se encuentran los
mejores jugadores jóvenes de nuestro país. Quizá sea sólo un guiño de la
casualidad, pero no dejemos pasar la ocasión de pensar al respecto.
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