miércoles, 18 de marzo de 2015

VILLARREAL


A falta de doce partidos para que la liga corone a los vencedores y castigue a los vencidos, el Almería vuelve a caminar gozoso alejado del descenso. Para eso, fue suficiente un empate sin goles, gracias a que de los últimos ocho clasificados, nuestro equipo ha sido el único que ha logrado puntuar. Y aunque el mérito parece raquítico, adquiere un valor notable al considerar que el enemigo en esta ocasión era el Villarreal.

El submarino amarillo –como se conoce al conjunto de la provincia de Castellón en honor a una versión del famoso tema de los Beatles– es un equipo singular, que debería ser el espejo de equipos como el Almería. Enclavado en un municipio de poco más de cincuenta mil habitantes, arrastra cada semana a su estadio a veinte mil espectadores. Y a pesar de no haber logrado ningún título a lo largo de su historia, el Villarreal es uno de los equipos más serios y más respetados de los últimos quince años. Aunque no es fruto de la casualidad. El proyecto deportivo y económico es serio y responsable, y el resultado es un equipo alegre, con un carácter muy definido y una cantera que supone en la actualidad la base sobre la que enraízan las esperanzas y las ilusiones del club.

Consciente de la necesidad de una idea sobre la que construir el futuro, el club decidió apostar por un modelo de gestión deportiva que le llevó a crear una de las ciudades deportivas más espectaculares del viejo continente. Y en ella, como bastión del club, una residencia donde los jóvenes valores del equipo crecen respetando la esencia de este deporte.

Por esas cábalas que de cuando en cuando el destino ejecuta, en la semana en la que nos visita el equipo cuya cantera es la envidia de media Europa, nos enteramos de que dos de los chavales de la nuestra –Antonio Marín y Gaspar– han pasado el corte del fútbol draft 2015, donde se encuentran los mejores jugadores jóvenes de nuestro país. Quizá sea sólo un guiño de la casualidad, pero no dejemos pasar la ocasión de pensar al respecto.

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