Ya en
la década de los ochenta del siglo pasado, poco después de que se celebrara en
nuestro país el Mundial, el fútbol jugaba un papel similar en la sociedad al
que juega a día de hoy. Por eso, todos los actores que conformaban el elenco
que hacía posible la competición nacional –la Liga– concluyeron que no cabía
otra posibilidad que no fuera profesionalizar la primera y la segunda división
del fútbol de nuestro país. Pero cómo ejecutar ese plan generó una serie de
fracturas entre los equipos involucrados y la Real Federación de Fútbol
Española (la RFEF) que se saldó con la creación de la Liga Nacional de Fútbol
Profesional (la LFP), con personalidad jurídica y autonomía propia, pero
adscrita a la Federación.
Desde
entonces, la relación entre ambas instituciones ha sufrido altibajos, hasta
llegar al día de hoy donde los máximos dirigentes de ambos organismos –Ángel
María Villar, de la RFEF, y Javier Tebas, de la LFP– se dirigen
descalificativos personales e insultos a poco que a cada uno se le pregunte por
el otro.
Por
eso, cuando la semana pasada la FIFA pidió a la RFEF que quitara tres puntos al
Almería por el supuesto impago de los intereses que el equipo tenía que pagar
al Aalborg por el traspaso al Copenhague del jugador Jakobsen –que parece ser
que no ha sido tal y que, en cualquier caso, ni siquiera llega a los cinco mil
euros–, y tras manifestar la LFP que el Almería no tenía nada de qué
preocuparse, estaba claro que este asunto se iba a convertir en un nuevo pulso
entre los gallitos que dirigen, cual cortijos, sendas instituciones.
Lo malo
de todo esto es que da igual que el Almería tenga o no tenga la razón. Tampoco
parece importar que las partes implicadas estén a la espera de que el TAS
(Tribunal de Arbitraje Deportivo) se pronuncie. Lo único que parece tener sentido
es la capacidad de contradecir al otro de Villar y Tebas. Tal para cual y cual
para tal. Mismo perro con diferente collar. Y mientras, el Almería, a verlas
venir.
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