“La
historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber”. Con esta frase
empieza el libro de Eduardo Galeano El
fútbol a sol y sombra. Éste es el resultado creativo de un escritor
tremendamente lúcido que supo mirar al deporte rey con la clarividencia de un
intelectual y la pasión de un hincha. Decía que, como todo uruguayo, le hubiera
gustado ser futbolista, pero que, por suerte, la palabra le dio lo que el balón
le negó. Así que como modo de expiación, se dedicó a escribir sobre fútbol.
Y traigo
a Galeano a esta columna porque esta semana ha fallecido a causa de un cáncer
de pulmón. Por eso y porque este remate le debe mucho al escritor uruguayo.
Nadie como él interpretó la belleza del fútbol y puso voz al pensamiento de
muchos aficionados. Su juicio crítico sobre el devenir de este deporte, la
sutileza en el hastío del juego uniforme, el afilado acierto en la definición
que le daba a los elementos que componen el fútbol y la defensa de la belleza
como expresión del juego porque sí. Todo eso le debemos a Galeano. Y todo eso
se lo ha regalado al fútbol. Así que sirva éste como mi humilde homenaje al
escritor que, además, nos hizo entender la historia política de América Latina
con sus venas abiertas.
Pero el
balón no se detiene. Y mientras Galeano consumía los minutos de descuento, el
fútbol fue fiel a sí mismo, improvisando el guion a cada instante. Como a él le
gustaba. Así, en el estadio del Mediterráneo, el Almería se sacudía los miedos
y se imponía con contundencia a un Granada perdido. Sergi, el nuevo amo del
castillo, recolocó a Thievy, dio vida a un desterrado Espinosa y protagonismo
al músculo de Thomas. Lo demás –cosas del fútbol– no pareció muy distinto.
Como le
hubiera gustado a Galeano, el fútbol se permitió disfrutar de su felicidad.
Habrá que confiar en que no fuera el destello efímero por la novedad y sí el
inicio de una historia de vuelta al placer por el placer.