miércoles, 15 de abril de 2015

GALEANO


“La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber”. Con esta frase empieza el libro de Eduardo Galeano El fútbol a sol y sombra. Éste es el resultado creativo de un escritor tremendamente lúcido que supo mirar al deporte rey con la clarividencia de un intelectual y la pasión de un hincha. Decía que, como todo uruguayo, le hubiera gustado ser futbolista, pero que, por suerte, la palabra le dio lo que el balón le negó. Así que como modo de expiación, se dedicó a escribir sobre fútbol.

Y traigo a Galeano a esta columna porque esta semana ha fallecido a causa de un cáncer de pulmón. Por eso y porque este remate le debe mucho al escritor uruguayo. Nadie como él interpretó la belleza del fútbol y puso voz al pensamiento de muchos aficionados. Su juicio crítico sobre el devenir de este deporte, la sutileza en el hastío del juego uniforme, el afilado acierto en la definición que le daba a los elementos que componen el fútbol y la defensa de la belleza como expresión del juego porque sí. Todo eso le debemos a Galeano. Y todo eso se lo ha regalado al fútbol. Así que sirva éste como mi humilde homenaje al escritor que, además, nos hizo entender la historia política de América Latina con sus venas abiertas.

Pero el balón no se detiene. Y mientras Galeano consumía los minutos de descuento, el fútbol fue fiel a sí mismo, improvisando el guion a cada instante. Como a él le gustaba. Así, en el estadio del Mediterráneo, el Almería se sacudía los miedos y se imponía con contundencia a un Granada perdido. Sergi, el nuevo amo del castillo, recolocó a Thievy, dio vida a un desterrado Espinosa y protagonismo al músculo de Thomas. Lo demás –cosas del fútbol– no pareció muy distinto.

Como le hubiera gustado a Galeano, el fútbol se permitió disfrutar de su felicidad. Habrá que confiar en que no fuera el destello efímero por la novedad y sí el inicio de una historia de vuelta al placer por el placer.

 

miércoles, 8 de abril de 2015

AMISTAD


Romario es uno de los jugadores más singulares de la historia del fútbol. Podríamos calificarlo como incisivo, habilidoso, indiscreto, eléctrico, impulsivo, creativo, soberbio y, por encima de todo, genial. Pero, como suele pasar con los personajes de un carisma como el suyo, su vida se presenta adornada de escándalos y polémicas. Adicto al protagonismo, el brasileño no sólo ha ocupado las portadas informativas por sus actuaciones sobre el césped. De él se ha dado buena cuenta periodística por su relación con un transexual, por su condena por fraude al fisco brasileño o por su afición a la noche carioca.

Así las cosas, casi todo lo que él opina o manifiesta suele tener trascendencia, y no fue menos cuando expuso que aquéllos con los que entrenaba no pasaban de ser compañeros, ya que en el fútbol no existe la amistad verdadera.

Imagino que no tiene que ser sencillo navegar entre la maraña de egos que habitan los vestuarios de los equipos profesionales. Jugadores preocupados por su imagen, sus contratos, sus beneficios y sus marcas personales. Y a pesar de todo, curiosa paradoja, teniendo que depender del otro para que el equipo gane. Porque el fútbol, después de todo –y sobre todo–, es un deporte de equipo.

Así que cuando Luís Enrique dijo que Sergi es su amigo y que espera que todo le vaya bien…, después del partido contra el Barcelona, no pude evitar que se me escapara media sonrisa. En cualquier caso, la suerte que el entrenador asturiano le desea a Sergi, es la suerte que el aficionado almeriense desea para el tercer ocupante del banquillo almeriense en lo que va de liga –sin contar el efímero trabajo de Miguel Rivera–. Porque de su buen hacer –fifa mediante– va a depender la continuidad del equipo en la máxima categoría nacional.

Este mundo del fútbol concede pocas treguas y las reflexiones apenas se sostienen colgadas del tiempo lo que tarda en llegar otro partido. Pero quizá sea el momento de detenerse un segundo y decidir el camino que queremos seguir.

jueves, 2 de abril de 2015

PAUSA

En menos de dos meses, la liga habrá exhalado su último suspiro. Dos meses. Ése es el tiempo que tiene el fútbol para juzgar el trabajo de los equipos. Así que la pausa que la competición oficial se ha tomado para celebrar su semana de pasión sirve para mirar adelante y jugar a pronosticar los partidos a los que se les puede arañar los puntos que sumen la salvación.

En este intervalo, el Almería tendrá que jugar diez partidos de los cuales seis los disputará en casa. Siendo objetivos y atendiendo a la estadística general al jugar en terreno propio, diríamos que el calendario ha sido generoso con el equipo, aunque si nos fijamos en los números que el Almería presenta en esta campaña como local, habría que echarse a temblar. Pero los finales de liga tienen algo quimérico que suele oponerse a la lógica, así que habrá que confiar en el equipo. Confiar en la calidad de jugadores como Corona, el buen momento de Wellington, en la experiencia de Soriano, los chispazos de Édgar y, sobre todo, el trabajo en equipo.

También Tebas y Villar han aprovechado esta pausa para poner a punto sus armas de cara a la enésima riña que los enfrenta. Una pelea nueva con argumentos viejos. De cara a la galería, los dos grandes dirigentes del fútbol patrio formaron a principios de marzo una comisión mixta para establecer un frente común que se ofrecía a los clubes como negociador. Porque lo que está en juego es el futuro de los clubes a través del famoso decreto que tiene que equilibrar el reparto televisivo; un reparto que está en el aire en mitad de esta pelea anárquica.


De este último combate, Tebas se presenta como ganador. El de la liga ha conseguido que los clubes firmen un comunicado que le da la victoria parcial. Pero Villar es un perro viejo que no va a dejarse tumbar. Así que el fútbol vuelve a los estadios con ruido de sables de fondo. Éste  es el calibre de los que tienen que tomar las decisiones. Pero al Almería le toca jugar para que parezca que su camino lo trazan su fútbol y los resultados.

miércoles, 25 de marzo de 2015

ATHLETIC


En el siglo tercero, en Asia Menor, un joven cristiano de origen humilde fue entregado a los leones por el emperador Aureliano. Su pecado, no renunciar a su fe. Al cabo del tiempo, el joven fue elevado a los altares y pasó a la historia como San Mamés. Ya en el siglo XX, cuando hubo que construir un estadio de fútbol en Bilbao para que jugara como local el equipo de la ciudad, éste tomó el nombre del santo y los jugadores del equipo fueron apodados desde entonces como Los leones.

Cuando el Almería, en la última jornada liguera saltó al terreno de juego en San Mamés (un nuevo estadio, más moderno y adaptado a la normativa actual, aunque desprovisto del encanto de las viejas instalaciones), la mística convirtió a los jugadores almerienses en presas fáciles de los felinos bilbaínos. El peso de los últimos resultados fue demasiado importante y el Athletic impuso la inercia ganadora de sus últimos cuatro partidos y desde muy pronto se puso por delante en el marcador.

El entrenador del equipo almeriense dijo al finalizar el partido que al equipo le había faltado pólvora. Quizá contagiado de la leyenda, JIM utilizó esa metáfora pensando en dar caza a los leones para acabar con ellos. Pero sus jugadores ni siquiera cargaron las armas para el partido. Así que no fue sólo cuestión de pólvora. Fue también una cuestión de compromiso.

Mientras, en el grupo cuarto de la segunda división b, el equipo filial se enfrentaba al Villanovense con la intención de mantener la misma buena racha que el Athletic defendía contra el primer equipo. Cuatro partidos seguidos llevaban ganados los hombres de Miguel Rivera. Pero el quinto no llegó. El empate a cero final detuvo en seco la inercia, pero mantiene el ánimo en todo lo alto. El equipo se mantiene en los puestos que permiten jugar la liguilla de ascenso a segunda división, aunque la posibilidad del descenso del primer equipo empiece a tronar con demasiada resonancia.

 

miércoles, 18 de marzo de 2015

VILLARREAL


A falta de doce partidos para que la liga corone a los vencedores y castigue a los vencidos, el Almería vuelve a caminar gozoso alejado del descenso. Para eso, fue suficiente un empate sin goles, gracias a que de los últimos ocho clasificados, nuestro equipo ha sido el único que ha logrado puntuar. Y aunque el mérito parece raquítico, adquiere un valor notable al considerar que el enemigo en esta ocasión era el Villarreal.

El submarino amarillo –como se conoce al conjunto de la provincia de Castellón en honor a una versión del famoso tema de los Beatles– es un equipo singular, que debería ser el espejo de equipos como el Almería. Enclavado en un municipio de poco más de cincuenta mil habitantes, arrastra cada semana a su estadio a veinte mil espectadores. Y a pesar de no haber logrado ningún título a lo largo de su historia, el Villarreal es uno de los equipos más serios y más respetados de los últimos quince años. Aunque no es fruto de la casualidad. El proyecto deportivo y económico es serio y responsable, y el resultado es un equipo alegre, con un carácter muy definido y una cantera que supone en la actualidad la base sobre la que enraízan las esperanzas y las ilusiones del club.

Consciente de la necesidad de una idea sobre la que construir el futuro, el club decidió apostar por un modelo de gestión deportiva que le llevó a crear una de las ciudades deportivas más espectaculares del viejo continente. Y en ella, como bastión del club, una residencia donde los jóvenes valores del equipo crecen respetando la esencia de este deporte.

Por esas cábalas que de cuando en cuando el destino ejecuta, en la semana en la que nos visita el equipo cuya cantera es la envidia de media Europa, nos enteramos de que dos de los chavales de la nuestra –Antonio Marín y Gaspar– han pasado el corte del fútbol draft 2015, donde se encuentran los mejores jugadores jóvenes de nuestro país. Quizá sea sólo un guiño de la casualidad, pero no dejemos pasar la ocasión de pensar al respecto.

miércoles, 11 de marzo de 2015

ENTRENADORES


Arsenio Iglesias y Pep Guardiola, como entrenadores, tienen pocas cosas en común. Pero una de ellas –y puede que quizá la única– es que supieron construir sendos equipos que pasaron a la historia de sus respectivos clubes, consiguiendo recibir tanta parte del mérito, o más, que los propios jugadores.

Guardiola lo consiguió con el Fútbol Club Barcelona, con quien ganó todo lo ganable entre los años 2009 y 2013. Y Arsenio Iglesias (o Bruxo de Arteixo) lo hizo con el Deportivo de la Coruña, entre los años 1992 y 1995, ganando una Copa del Rey y consiguiendo dos subcampeonatos ligueros.

El equipo de Guardiola era sumamente generoso en el esfuerzo, mientras que el del gallego, concienzudamente ordenado. Por supuesto, ambos contaban con jugadores de un talento descomunal (Messi o Iniesta, en el Barcelona; y Bebeto o Fran, en el Deportivo), pero los entrenadores sabían que con eso no bastaba. Por eso Guardiola no se cansaba de decir que “el talento depende de la inspiración, pero el esfuerzo depende de cada uno”, igual que en otro tiempo Arsenio Iglesias repetía que “a falta de talento, mucho orden”.

Después del partido del Almería contra el Elche, pensé en estos entrenadores legendarios, en el esfuerzo y en el orden. Porque con el talento igualado –como era el caso en el partido jugado en el Martínez Valero–, el orden y el esfuerzo fueron puestos unilateralmente por el equipo ilicitano. Y con eso fue suficiente. Orden defensivo, esfuerzo y generosidad en jugadores como Aaron o Víctor Rodríguez; ambos de un perfil, en cuanto a talento se refiere, similar al de los jugadores almerienses.

Desconozco si nuestro equipo, como dice el entrenador, acusó lo tempranero del gol local o si fue incapaz de entrar en el partido por no poder borrar de su imaginario colectivo la amenaza de la sanción de la FIFA. No sé el motivo por el que pecaron de indolencia y falta de orden. Pero sé que ése no puede ser el camino.

 

miércoles, 4 de marzo de 2015

FIFA


Ya en la década de los ochenta del siglo pasado, poco después de que se celebrara en nuestro país el Mundial, el fútbol jugaba un papel similar en la sociedad al que juega a día de hoy. Por eso, todos los actores que conformaban el elenco que hacía posible la competición nacional –la Liga– concluyeron que no cabía otra posibilidad que no fuera profesionalizar la primera y la segunda división del fútbol de nuestro país. Pero cómo ejecutar ese plan generó una serie de fracturas entre los equipos involucrados y la Real Federación de Fútbol Española (la RFEF) que se saldó con la creación de la Liga Nacional de Fútbol Profesional (la LFP), con personalidad jurídica y autonomía propia, pero adscrita a la Federación.

Desde entonces, la relación entre ambas instituciones ha sufrido altibajos, hasta llegar al día de hoy donde los máximos dirigentes de ambos organismos –Ángel María Villar, de la RFEF, y Javier Tebas, de la LFP– se dirigen descalificativos personales e insultos a poco que a cada uno se le pregunte por el otro.

Por eso, cuando la semana pasada la FIFA pidió a la RFEF que quitara tres puntos al Almería por el supuesto impago de los intereses que el equipo tenía que pagar al Aalborg por el traspaso al Copenhague del jugador Jakobsen –que parece ser que no ha sido tal y que, en cualquier caso, ni siquiera llega a los cinco mil euros–, y tras manifestar la LFP que el Almería no tenía nada de qué preocuparse, estaba claro que este asunto se iba a convertir en un nuevo pulso entre los gallitos que dirigen, cual cortijos, sendas instituciones.

Lo malo de todo esto es que da igual que el Almería tenga o no tenga la razón. Tampoco parece importar que las partes implicadas estén a la espera de que el TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) se pronuncie. Lo único que parece tener sentido es la capacidad de contradecir al otro de Villar y Tebas. Tal para cual y cual para tal. Mismo perro con diferente collar. Y mientras, el Almería, a verlas venir.
 

miércoles, 25 de febrero de 2015

IMAGINACIÓN


Edmundo Dantés –el Conde de Montecristo– es uno de los grandes personajes de la literatura universal. Su historia cautiva por la capacidad que Edmundo presenta para imaginar un escenario futurible que luego la realidad se encarga de ir imitando. Desde su celda, el joven Dantés es capaz de trazar un plan que el destino firmará al pie de la letra y que él ejecutará con frialdad quirúrgica.

En el fútbol, todos los entrenadores tienen algo del Conde de Montecristo por cuanto juegan a imaginar el partido siguiente. Es parte del oficio. Todos estudian los puntos débiles del contrario, su estilo de juego, a sus jugadores más desequilibrantes, sus jugadas de estrategia y la forma que tienen de posicionarse en el campo. Después, como si de una partida de ajedrez se tratara, imaginan las variantes tanto ofensivas como defensivas que van a ejecutar en adelante.

Quizá sea eso lo que diferencie a los buenos entrenadores de los mediocres, pero lo cierto es que cuando el balón comienza a girar, lo más probable es que cualquier planteamiento falle. Porque el fútbol no es una ciencia exacta.

Y volvimos a verlo en el partido que en la última jornada de liga enfrentó al Almería con el Atlético de Madrid. Por eso que en fútbol llamamos “decisión técnica”, y que no es otra cosa que la estrategia adoptada por el entrenador para cumplir el partido que imagina, JIM dejó en el banquillo a Wellington Silva y Soriano, y en su lugar colocó sobre el césped a Edgar y Fran Vélez. El entrenador explicó a posteriori que lo hizo por buscar desmarques en ruptura. Es decir, JIM estaba dispuesto a esperar al Atleti en su campo, cederle la posesión del balón y confiar en la capacidad de robo de sus centrocampistas y en la rapidez de Edgar y Thievy. Al menos, eso fue lo que imaginó…

Pero pronto el guion fue otro. En apenas veinte minutos, el marcador reflejaba un dos a cero, fruto de un penalti extraño y de un error defensivo. A partir de ese momento, sólo quedó mostrar dignidad y capacidad de lucha.

 

miércoles, 18 de febrero de 2015

HÉROE


En el último partido disputado en el Estadio de los Juegos Mediterráneos se enfrentó el peor equipo local (el Almería) al peor equipo visitante (la Real Sociedad), y ninguno se atrevió a romper el sortilegio que, a pesar de la estadística negativa, les mantiene fuera de los puestos de descenso. Así, después del partido, ambos mantuvieron su condición adversa y continuaron siendo los últimos en los cómputos parciales. Pero no nos engañemos; aunque el encuentro arrojó un resultado neutro, el partido fue entretenido. Hubo goles –que al fin y al cabo son el aderezo de este deporte–, hubo polémicas –que hacen más lenta y agradable la digestión de cada partido– y hubo un héroe.

Porque cuando Thievy –ese delantero de cresta desafiante y modales descuidados– pasó el balón a Hemed para que éste hiciera el segundo gol del Almería, la afición ya lo había encumbrado y lo aupaba con su ánimo. Y fue así porque se inventó un penalti que Verza convirtió en la primera ventaja del partido, porque caminó con destreza por la línea de fondo sentando por el camino a cuantos defensas donostiarras le salían al paso en la jugada del gol del delantero israelí y porque parecía el único con un punch definitivo.

Por eso y porque la afición anda necesitada de héroes. Pero no héroes en el sentido mitológico o épico del término, sino a esos héroes identificados con una causa, símbolo de un objetivo y blasón de un equipo. También es cierto que, aunque el último partido del congoleño lo elevara a los más considerados altares de la parroquia almeriense, me temo que su estancia en ese lugar será bastante efímera. Y es que desde que José Ortiz, el Gran Capitán, decidiera dejar la práctica del fútbol, la afición se haya huérfana de sentimientos que la conecten a sus jugadores. Porque él encarnaba el espíritu del equipo y porque su entrega, su juego y su devoción eran entendidos, respetados y admirados por todos y cada uno de los seguidores rojiblancos.

 

miércoles, 11 de febrero de 2015

JOGO


Tras perder las semifinales del Mundial de fútbol de 1990 frente a la selección germana, el mítico jugador inglés Gary Lineker pronunció una frase que ha pasado a la historia de este deporte: “En el fútbol juegan once contra once y al final siempre gana Alemania”. Del mismo modo, existen chascarrillos para calificar estilos de juego asociados a determinadas selecciones como son el tiki-taka español o el catenaccio italiano. Pero si hay uno que define a la perfección el estilo más reconocible, ése es el llamado jogo bonito brasileño.

Brasil es un país que vive de cara al balón. Y si bien no fueron ellos los creadores de este deporte, no les cuesta nada reconocerse como la tierra del fútbol. No sé si será la mezcla de razas o alguna casual combinación de folklores, la cuestión es que del mismo modo que resulta sencillo reconocer a un brasileño bailando samba, resultan inconfundibles jugando al fútbol.

El estilo es descarado, ofensivo, habilidoso, creativo y fluido, y de sus escuelas –callejeras casi siempre– han salido jugadores como Pelé, Sócrates, Ronaldo, Zico, Garrincha o Ronaldinho. Son exportadores natos de talento y no existe una liga profesional de cierto nivel en el mundo que no esté colonizada por sus jugadores. Y la española no es una excepción. De hecho, en nuestra competición se encuentran inscritos 28 brasileños esta temporada, y entre ellos destacan los internacionales Neymar, Marcelo o Dani Alves, y la reciente incorporación madridista Lucas Silva.

Pero también hay otros con menos lustre en equipos más modestos. Es el caso de Michel Macedo y Wellington Silva, en el Almería. Su aportación al equipo no es menor, y su juego, digno representante de su nación, responde a las características mencionadas antes.

Y precisamente de ese juego descarado y creativo nacieron los dos goles que le concedieron al Almería la victoria frente al Córdoba en la última jornada de liga. Una victoria vital porque, como dijo JIM, se trataba de una victoria de cuatro puntos.

 

miércoles, 4 de febrero de 2015

ONCE


Para encontrar las raíces del fútbol moderno tenemos que bucear hasta el Siglo XIX. Más concretamente, hasta el año 1863, cuando nació, al abrigo de una taberna londinense, la FA –asociación de fútbol inglesa– y estableció una serie de indicaciones que se iban a encargar de reglar el desarrollo del juego. Aquellas primeras normas son la base sobre la que se construyó el reglamento actual, pero dejaron una cosa en el aire: el número de jugadores.

Así, durante los años siguientes podían verse partidos donde compitieran quince contra quince o veinte contra veinte jugadores. Pero en 1870 se terminó con esta situación estableciéndose en once el número de futbolistas que tiene que formar cada equipo. No está claro el porqué de ese número. Unos defienden cuestiones prácticas y otros tiran de romanticismo, pero todo parece indicar que se copió del que era por entonces el deporte más popular en las islas británicas: el críquet.

La cuestión es que, aunque la mayoría de las normas establecidas en aquel primer reglamento han variado a lo largo del tiempo, la de jugar once contra once ha permanecido inmutable, adquiriendo dicho número un valor casi quimérico. Y así fue hasta que en los años sesenta el entrenador Helenio Herrera pronunció una lapidaria frase que aún hoy repiten muchos técnicos al quedarse en inferioridad numérica debido a una expulsión: se juega mejor con diez que con once.

La frase carece de lógica, pero de vez en cuando insiste en hacerse presente en los terrenos de juego, como sucedió en el último encuentro que disputó el Almería –frente al Getafe–. En este partido, el equipo de JIM dominó el encuentro durante una hora, momento en el que fue expulsado el defensa getafense Escudero. A partir de ahí, el centro del campo del equipo del sur de Madrid comenzó a fluir más y el Estadio del Mediterráneo llegó a temer revivir capítulos anteriores. Por suerte, el empuje de Pedro León y Diego Castro no fue suficiente y la victoria se quedó en casa nueve meses después.

 

 

miércoles, 28 de enero de 2015

BALANCE


La liga se abrió para el Almería con el calor de agosto en el cogote, el alboroto de la feria de fondo y la arena de la playa entre los dedos de los pies. En aquel primer partido de liga (aquél en el que el estadio se quedó a oscuras como metáfora de lo que iba a ser el juego del equipo en lo que restaba de encuentro) apuntábamos las que podían ser las líneas por las que se condujera nuestro equipo. Y hoy, media liga después y con enero casi agotado, el Espanyol de Barcelona se cruzó de nuevo en el devenir del equipo para recordarnos que hemos quemado la mitad de la munición. Así que toca mirar por el retrovisor, sin perder de vista el camino, para comprobar que el animal respira, pero la herida es profunda.

Las cabalgadas de Edgar siguen sin tener un objetivo claro la mayoría de las veces; Soriano y Corona suman veteranía al tiempo que restan fuerza; Hemed muestra su intermitencia para desesperación general; Teerasil no estuvo, aunque se le esperó; Thievy no ha acabado de definirse; y los jóvenes, que han tenido bastantes oportunidades, no terminan de aportar lo que se espera de ellos.

Con este panorama, y acudiendo a los resultados para comprobar que el equipo ha perdido todo lo jugado en casa salvo los tres raquíticos puntos obtenidos de sendos empates, sólo nos queda el ánimo de comprobar que nos encontramos a un punto de salir del descenso.

Por el camino, Francisco fue cesado y se contrató a JIM, cuyo bagaje en la primera división fueron dos experiencias muy distintas (Levante y Valladolid) y cuyo efecto se ha diluido demasiado pronto.

Pero si los entrenadores cuentan con los cambios para redirigir el rumbo de un partido, los presidentes cuentan con el mercado de invierno como una segunda oportunidad. El problema principal son los ajustes presupuestarios y la posibilidad de encontrar un jugador disponible que venga a mejorar la plantilla; el valor indudable, el escaparate de jugar en la mejor liga del mundo. Quedan pocos días y, todavía, algunas esperanzas.

 

miércoles, 21 de enero de 2015

PRECOCIDAD


La juventud y la genialidad no tienen por qué ocupar lugares distintos. Pruebas de ello podemos encontrarlas en literatura, con Pablo Neruda –que publicó Veinte poemas de amor y una canción desesperada con tan sólo veinte años–, en la música, con Mozart –que a los catorce ya había sido nombrado maestro de conciertos de Salzburgo–, e incluso en la ciencia, con James Watson –que con veinticinco estableció, junto a Francis Crick, su famosa doble hélice como modelo estructural para el ADN–. Pero si somos capaces de buscar y encontrar estos ejemplos es porque escapan de la norma.

En fútbol las cosas no son distintas. Escarbando un poco en la historia reciente de este deporte hallamos casos de jugadores sorprendentemente maduros en su juventud y que han sido capaces de soportar el peso de la presión para convertirse en la bandera de un vestuario. Tal es el caso de Raúl González –que debutó de la mano de Jorge Valdano en el Real Madrid con sólo diecisiete años– o de Fernando Torres –que contaba con la misma edad el día en el que García Cantarero le hizo debutar con el primer equipo del Atlético de Madrid–.

Pero si ahondamos para entender qué hay detrás de éstas y otras precocidades futbolísticas encontraremos un denominador común: un estado de incertidumbre en el club y de crisis de juego en el equipo.

Por eso, que algunos empiecen a alzar la voz para reclamar la presencia en el primer equipo del Almería de Dani Romera no sé si es más mérito suyo o demérito de los demás. Es cierto que el chaval es el máximo goleador de la categoría con el filial, que apunta maneras, que destila talento y que ha madurado mucho en el último año. Pero no es menos cierto que sólo tiene diecinueve años, que la temporada pasada jugaba con los juveniles y que la responsabilidad de mantener al equipo en la máxima categoría tiene que recaer sobre otros. Por eso el técnico del Almería B pide calma a los voceros. Dejémosle que siga creciendo y después ya veremos.

 

miércoles, 14 de enero de 2015

INVIERNO


La mañana del domingo era tibia. El sol de invierno dibujaba colores claros en el paisaje almeriense y la luz de la ciudad se derramaba pausadamente por los huecos de la ciudad. La Navidad acababa de despedirse y aún sentíamos la mezcla de liberación y energía que nos emborracha los días de inmediatamente después. Ése era el ánimo con el que el aficionado llenó el Estadio de los Juegos del Mediterráneo en la última jornada de liga. Para terminar de configurar nuestro estado de felicidad contenida –la felicidad siempre es contenida para los equipos pequeños, y eso lo sabemos los aficionados–, JIM se estrenaba como local en liga con el aval de dos buenos resultados como visitante.

Por eso, la impresión de que la mala racha en nuestro campo estaba a punto de hacerse trizas se instaló en el sentir general de la grada. Además, la presencia en el banquillo contrario de ese amigo de la infancia que el aficionado siente que es Unai Emery, se presentaba como la señal inequívoca de que todo estaba por cambiar.

Pero el sueño se desmigajó al cuarto de hora de la segunda mitad. Podría llenar de excusas esta columna y utilizar términos como lógica, presupuesto, pegada o contundencia. Pero no voy a hacerlo. Podría lamentarme, pero me quedo con la resignación de la costumbre. Con eso y con el lugar que el equipo ocupa en la clasificación. Porque, después de todo y pese a no haber ganado ni un solo partido en casa en toda la primera vuelta, el equipo se encuentra fuera de los puestos que te arrojan al destierro de la Primera División. Y al final es lo único que cuenta.

También prefiero quedarme con el fichaje en el mercado invernal de Espinosa. Me gusta el tipo de jugadores por el que el equipo ha decidido apostar. Jugadores jóvenes, prometedores, brillantes pero sin experiencia, con un talento por demostrar y buenas maneras que pulir. Luego, será lo que los dioses del fútbol decidan. Pero la apuesta es tan inteligente como arriesgada. Tan loable como esperanzadora.

 

 

miércoles, 7 de enero de 2015

TÓPICOS


El fútbol es un terreno propicio para el abono de los tópicos. No hay crónica que se preste o análisis del comentarista de turno que no se adorne con uno. Los hay referidos a la grandeza del rival, a los sueños, al trabajo del equipo o a circunstancias del juego como el penalti. Pero hay uno que resulta inevitable cuando un entrenador es despedido y llega otro a ocupar su lugar, y es el siguiente: “a entrenador nuevo, victoria segura”.

Tal es la penetrancia de la frase, que incluso se han dedicado estudios a comprobar cuánto tiene de cierto. Y lo curioso es que según análisis sesudos al fútbol moderno, la afirmación sólo deja de cumplirse en la mitad de los casos. Cualquiera podría decir que este hecho demuestra que la sentencia carece de todo sentido, pero si tenemos en cuenta que cuando un equipo destituye a su técnico es porque, normalmente, encadena una serie de resultados bastante malos, entonces que en la mitad de los casos el equipo reaccione tras la llegada de un nuevo ocupante del banquillo es, por lo menos, significativo.

Otra cosa es tratar de dar explicación a este hecho, pero esa es una empresa en la que no voy a invertir. Lo único cierto, y que ahora me importa, es que tras la destitución de Francisco y la posterior llegada de JIM, el Almería no sólo ha ganado el partido en el que el técnico debutó sino que ha encadenado tres victorias seguidas. También hay quien lo llama “efecto JIM” para que no quepa la duda de a quién otorgar por completo el mérito de la reacción.
 
Y puede que algo de eso haya. Puede que el hecho de que la defensa haya aumentado la tensión, que la línea medular se haya retrasado unos metros y que Hemed ya los marque de dos en dos, sea fruto de la virtud del nuevo entrenador. Pero que nadie olvide que este cesto se teje con mimbres amasados por Francisco y que las teclas que esta vez suenan y se acoplan en consonancia ya fueron tocadas anteriormente sin la suerte que ahora reunimos.