En 1957
un niño flaco de 10 años, gesto triste y mirada tímida llegó de la mano de su
padre, un humilde trabajador de las afueras de Amsterdan, a las instalaciones
del equipo de su ciudad: el Ajax. Nadie daba nada por aquel niño de aspecto
famélico, pero tras la prueba a la que fue sometido alguien intuyó que se
transformaría en un gran futbolista. Su nombre era Johan Cruyff y con los años
llegó a convertirse en el mejor futbolista europeo del siglo XX. Los éxitos no
sólo le llegaron como jugador, consiguiendo hasta en tres veces el balón de oro,
sino también como entrenador. Dirigiendo al FC Barcelona fue capaz de crear un
estilo muy personal, que luego heredaría Pep Guardiola, y le dio al club su
primera Copa de Europa. Pero su paso por la capital condal no fue siempre un
camino plácido, y las tensiones con el entonces presidente, José Luis Núñez, le
colocaron en el cadalso en más de una ocasión.
De
aquellos enfrentamientos aún se recuerda uno en el que el entrenador pedía fichajes
al club y Cruyff dejó una frase que se ha convertido en mítica: “El dinero debe
estar en el campo, no en el banco”.
Esa
idea suele ser común a todos los entrenadores, pero desde que hace casi dos
años la LFP y el Consejo Superior de Deportes acordaran establecer un límite
salarial para evitar el endeudamiento de los clubes, los márgenes con los que
tienen que trabajar los responsables económicos de los equipos limitan su
maniobrabilidad. Este año el límite salarial del Almería es el más bajo de toda
la categoría con 11,7 millones de euros –y de ese dinero tiene que salir lo que
cobra cada jugador, los tributos de los futbolistas, que en algunos casos
llegan hasta el 52%, y la parte prorrateada del pago de cada traspaso– y esa es
la realidad con la que hay que enfrentarse en este mercado de invierno.
Por eso es lícito pedir al Almería que se refuerce, pero no hay que perder de vista que el Fair Play financiero encorseta a nuestro equipo y maniata a sus directivos.